HISTORIA DE LOS BAÑOS PUBLICOS EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES-Por Yayo Hourmilougue-

Hasta el año 1872 los porteños arrojaban a la calle desde puertas y ventanas el contenido de los «servicios» o «vasos necesarios» que utilizaban por las noches para sus necesidades fisiológicas sin tener que trasladarse al fondo del hogar y al hacerlo alertaban con el grito de «agua va”.

A partir de 1872 una ordenanza comenzó a aplicar «multas de 500 pesos a cada infractor, si el agua estaba sucia o en mal estado, y de 200 si era limpia».

Es necesario recordar que hasta 1890 Buenos Aires carecía de un servicio de cloacas y que la primera instalación cubrió sólo un diez por ciento de las viviendas de la ciudad, de tal forma que los terrenos urbanos estaban saturados de pozos negros. Tampoco era muy sencilla la higiene personal: se empleaban desde bañaderas o tinas de latón, aguamaniles, jarros y palanganas que eran trasladadas de un lado a otro por no existir un lugar físico para el baño.

El recuerdo de las epidemias que aquejaron a los porteños hasta casi finales del siglo XVIII, generó una conciencia higienista -empujada por la opinión de especialistas como Wilde, Rawson y Mallo- hacia la creación de la una denominada «ciudad sanitaria». Esta tendencia contribuyó a la creación de organismos públicos destinados al desarrollo de políticas sanitarias que destacaron la inauguración de edificios destinados a «baños populares» para que todo el mundo pudiera disfrutar de los beneficios de la higiene personal.

Los tiempos, la modernidad y un desarrollo económico incipiente pero sostenido, cambiaron la relación de la gente con el agua, hasta el punto de generar serias dificultades en su aprovisionamiento.

Por su parte, los visitantes extranjeros que llegaron al país para los festejos del Centenario se asombraron por un «extraño» comportamiento de los argentinos; el de incluir un bidet junto al lavatorio, la bañadera y el inodoro, algo impensable en Europa y los Estados Unidos. El bidet era por aquellos tiempos un artefacto sólo usado por las prostitutas

En 1872 aparecieron los primeros mingitorios en la vía pública, eran de madera y chapa y estaban debajo de las avenidas y en las esquinas. Por ejemplo, había uno en el Paseo de Julio, hoy Leandro N. Alem. También las plazas Lorea, Suipacha, Constitución y Once. Y en Callao y Santa Fe. Se copiaba, como en tantos otros temas, una tendencia de las grandes ciudades europeas. Pero esos primeros servicios casi no daban privacidad. Además, eran antihigiénicos y despedían un olor amoniacal que invadía las calles porteñas. Funcionaron hasta 1923.

El 8 de Mayo de 1923, la Intendencia dictó la Ordenanza para instalar los primeros baños públicos subterráneos en los barrios de Belgrano, Parque de los Patricios, Constitución, Caballito, Boedo, Barrio Norte y Congreso.

La Municipalidad los ubicó en las plazas y parques de importancia. Un ejemplo concreto fue el construido en la Plaza Lorea: 6 inodoros y 4 lavatorios para mujeres y 6 mingitorios, 6 inodoros y 4 lavatorios para los hombres. Se accedía mediante una escalera para el sector masculino y otra para el femenino. Era una boca como las de ingreso en los subtes, pero algo más angosta, con rejas ornamentadas y cuatro columnas de cemento que sostienen una elegante pérgola. Se bajaba por una escalera de mármol blanco de una veintena de escalones

Sobreviven vestigios en la plaza Lorea (Congreso) y en la calle Perú, a pasos de la Avenida de Mayo y de la Legislatura porteña.

Para esa misma época también existían en Buenos Aires casas de baño pero para ducharse. Eran gratuitos y los atendían empleados públicos que proveían de jabón y toalla. Los utilizaban preferentemente los obreros que salían de las fábricas y la gente que vivía en pensiones o conventillos que carecían de adecuadas instalaciones sanitarias. Algunos de ellos estaban en Caseros 75, Avenida Sáenz 346, French 2459, Córdoba 2226 y Caseros 768. Largas colas de usuarios esperaban pacientemente en las tardes sabatinas

Los baños públicos en Buenos Aires eran muy frecuentados, en especial porque la escasez de agua era común en las zonas más alejadas del centro y los convertían en eficaces reemplazantes del aseo en tina -con agua pagada al aguatero- que era moneda corriente entre los más humildes.

Por aquellos años, el auge de los baños públicos gratuitos hizo que la comuna proyectara la construcción de nuevos establecimientos en Nueva Pompeya, La Boca, Parque Patricios y Mataderos, continuando a su vez con una campaña de difusión orientada a exaltar la importancia de la higiene corporal en la profilaxis de todas las enfermedades. La totalidad de hombres y mujeres que asistían a estos baños en 1926 superaba los 880.000.

Quizá porque aumentó el número de baños privados en confiterías, cines y galerías comerciales, la Capital se desentendió de ellos a fines de la década del 60.

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