LOS VIENTOS EN LOS TRIBUNALES-Por Luis Tarullo.

Acompaña a Luis Tarullo:

Municipio Pilar

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Sabido es que los cambios políticos provocan variantes equivalentes en los vientos que surcan los tribunales, especialmente en el ámbito federal. Esas modificaciones eólicas alcanzan, por supuesto, a la Corte Suprema de Justicia, que hace décadas ha aprendido a planear para mantenerse equilibrada en el aire y evitar bruscas caídas. A veces el máximo tribunal fue cauteloso, moderado, discreto, pero también desde hace rato no puede ocultar esas maniobras de supervivencia, no exenta de presiones, manteniendo enhiesta más de una Espada de Damocles sobre el poder político. Ese poder político -especialmente el peronismo de los últimos años- que cíclicamente avanza con palabras y con hechos sobre los tribunales. En definitiva, una perniciosa retroalimentación.

Así, más de una vez causas importantes que han llegado al máximo tribunal padecen aquella situación que tradicionalmente se denomina como el «sueño de los justos», aunque en un sentido contrario al de la tranquilidad a la que aludían los griegos. En realidad, los expedientes literalmente «duermen» hasta ser despertados cuando el momento político lo amerite.Los jueces supremos tienen en sus manos varias resoluciones, algunas de ellas de índole estrictamente política y otras de trascendencia también política, pero con un importante componente económico. Eso ocurre por ejemplo con las dos presentaciones sucesivas que hizo el Gobierno porteño de Horacio Rodríguez Larreta para tratar de revertir el recorte de fondos que le aplicó la administración nacional el año pasado. Evidentemente hay un escenario que permite esas dilaciones. Además del «tiempismo» que evalúan los máximos jueces, podría haber señales de que en bambalinas debe haber un canal abierto entre ambas jurisdicciones (reforzado por el obligatorio trabajo conjunto por la pandemia) destinado a zanjar esta cuestión de la manera menos traumática.

Pero en algún momento la Corte debe dejar de hacerse la distraída y adoptar una resolución, en cualquier sentido. Y aquí vale la pena mencionar otro elemento que favorece estas situaciones: la ausencia de tiempos de la Corte para expedirse. No hay dudas que las reformas judiciales propuestas por este y otros gobiernos son discutibles y en algunos aspectos objetables, pero todo lo que tenga que ver con el establecimiento de límites para el dictado de fallos por parte del Alto Tribunal debe ser bienvenido.

No debería ser aceptable que haya resoluciones que demoran un montón de años en producirse. Cabe recordar al respecto la causa del tráfico de armas durante el Gobierno de Carlos Menem, que estuvo reposando vergonzosamente en cajones de varias instancias tribunalicias.

Con ese ejemplo alcanza y sobra para mostrar la morosidad de la justicia argentina y los subterfugios que perviven y muchas veces desembocan en decisiones que terminan siendo papel mojado o una resolución virtualmente abstracta. Aunque está también históricamente trillado, vale en esta y en todas las ocasiones recordar que la justicia lenta (en este país muchas veces excesiva y deliberadamente lenta) no es justicia. Sobre todo, para la gente de a pie y para aquellos que hasta mueren sin poder tener el consuelo de que los culpables de sus males y sus dolores siquiera paguen algo por el daño que han hecho o pasen por la vereda de una cárcel.

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