Palomas-Por Yayo Hourmilougue.

No es casualidad que las palomas pueblen por tantos años la histórica Plaza de Mayo, hay una tradición que cuenta que, muchos años atrás, Buenos Aires tenía un regalo para sus niños: las palomas del Balneario o de la Costanera.

Para todos, grandes y chicos, eran las palomas de Don Benito.

Benito Costoya, un personaje singular, llegó de su España natal y recaló en el Balneario, cerca de la avenida Tristán Achával Rodríguez, de los juegos infantiles instalados por Gustavo Meyers (a quien siempre acompañaba una mona vestida de mujer, con sombrero y cartera), del Teatro Griego, de la Fuente de las Nereidas, de la Escuela Superior de Bellas Artes, del espigón donde se pescaban pejerreyes, por entonces el río no estaba contaminado, y de la confitería La Rambla.

En su modesta vivienda, don Benito comenzó a reunir, a criar, a disciplinar palomas. Se dice que llegó a tener y dirigir unas diez mil. Usaba un silbato y de acuerdo a cómo lo hacía sonar, las palomas bajaban a comer, volaban o lo seguían por donde el fuera. Porque realmente las dirigía con su silbato, a pie o desde su bicicleta, luciendo en todo momento su clásica gorra negra.

Y hasta allí llegaban los padres para que sus chicos las viesen volar.

Alguien le sugirió a partir de su habilidad, una fuente de ingresos extra para su vejez.

Por esta razón en algunas festividades, cruzaba el puente de la calle Cangallo (hoy J. D. Perón) y llegaba caminando lentamente, seguido por sus palomas a la Plaza de Mayo. Allí realizaba su espectáculo y la gente retribuía con buen dinero las maravillosas hazañas de las palomas.

Cuando caía el sol regresaba a cruzar el puentecito rumbo a la costanera con todas sus palomas.

Un buen día comenzó a pintarles el plumaje de azules y oros, de verdes y rosas. Para las fiestas patrias, para el 25 de Mayo o el 9 de Julio, las bandadas de palomas pintadas de celeste y blanco semejaban una gran bandera argentina en marcha y se confundían en el cielo.

Cuando en 1931 vino por segunda vez el Príncipe de Gales, recibieron al barco que lo traía luciendo en sus alas colores de la bandera británica.

En 1934 se celebró en la Ciudad de Buenos Aires, el Congreso Eucarístico Nacional, pero esta vez fue en Palermo. Hasta allá se dirigió Don Benito. En esa oportunidad ante un altar levantado en los bosques de Palermo, soltó al cielo sus palomas pintadas, esta vez con los colores de la bandera papal, amarilla y blanca.

También se menciona que en mayo de 1936 estuvieron en la ceremonia inaugural del Obelisco.

El presidente Marcelo Torcuato de Alvear lo conoció un día en que concurrió a la Escuela Superior de Bellas Artes para gustar un pejerrey al barro, la especialidad de Costoya, que también era cocinero. Y en la ocasión le pidió que poblase de palomas la Plaza de Mayo. Don Benito lo logró con tiempo y paciencia, a pitada limpia.

Estos hechos llegaron a interesar a la Municipalidad y las autoridades de la época, que vieron la posibilidad de mejorar el palomar de la Costanera. Se asignó la suma de 35.000 pesos en el presupuesto Municipal para el alimento de las palomas y se le permitió instalar viviendas subterráneas y enrejadas para ellas.

Don Benito Costoya murió en 1937 y las palomas acostumbradas a llegar a la Plaza de Mayo se quedaron allí, amparadas plátanos y en edificios vecinos. Son las que ves en Plaza de Mayo. Con adaptación Radial en nuestro caso, la historia es de Cris Panza en  Grupo HISTORIAS SECRETAS, DESCONOCIDAS U OLVIDADAS DE LA CIUDAD AUTONOMA DE BS.AS que podes encontrar para enriquecerte en Facebook.

Recopilación de textos e imágenes: Enrique Mario Mayochi para la revista Historias de la Ciudad; http://serdebuenosayres.blogspot.com; Museo de la Ciudad; buenosaireshistoria.org; www.barriada.com.ar;

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