LA HISTORIA DE LA CASA ROSADA-Yayo Hourmilougue.

La Real Fortaleza de Buenos Aires, o Fuerte de San Miguel fue quizás la primera gran construcción que quiso tener la ciudad desde su fundación en 1580.

Estaba emplazada entre el río y los terrenos otorgados a Juan de Torres de Vera y Aragón (hoy mitad este de Plaza de Mayo). Un fuerte era protección militar, seguridad, y eso era fundamental en tierras desconocidas y en una situación internacional compleja, en un mundo que ni mapas tenía.

Formaba junto a la catedral y el cabildo, el terceto del poder de España en su nuevo territorio. Buenos Aires era la ciudad más austral en el Atlántico americano, del poder de España, el que era necesario resguardar.

Por diversas peripecias históricas las obras se iniciaron recién en 1594 y siguieron muy lentas, siendo por años poco más que un corral con muros de adobe rodeado por una zanja. Ni siquiera tuvo nombre.

El fuerte, tal como lo vemos en las imágenes del siglo XIX, y gracias al toque romántico de los artistas que lo dejaron impregnado en nuestra mirada histórica de la ciudad, fue resultado de muchas manos de ingenieros militares, constructores y cambios en los proyectos; pese a eso quien lo materializó en la forma final fue Domingo Petrarca.

Garay, en el repartimiento original de solares de 1580 había decidido ubicarlo en el lugar en que hoy está la Casa Rosada, sobre la antigua barranca hacia el río, que era el único sitio desde el cual se podía proteger una aldea pequeña contra los peligros que podrían llegar de ultramar.

Con los años y una mirada más estratégica e ingenieril se discutiría si el mejor lugar era ese o el llamado Fuerte de San Sebastián, Av. Quintana y Libertad actuales, obra que comenzó y se frustró, o el alto de San Pedro en San Telmo hoy, o la entrada al Riachuelo donde efectivamente se hizo un pequeño fortín sencillo que se quemó y luego quedó inutilizado por el cambio de la boca del río. Y por supuesto cuando la ciudad creció, el fuerte se hizo inútil por muchas razones, y efectivamente nunca se disparó una bala desde sus cañones.

El gobernador Hernando de Zárate en 1594 fue el primero en instalar una guarnición militar en la ciudad. Ese sería el inicio de la construcción. Hernandarias en 1602, entendiendo su importancia inició trabajos de reconstrucción de lo poco existente y agregó lo que le fue posible; seis años después aún seguían las obras aunque ya estaba techado con tejas y no ramas. Pero poco debió ser lo edificado ya que su sucesor, en 1610, tuvo que volver a reedificarlo diciendo además que la artillería estaba dispersa sin lugar fijo donde ubicarla y, que tuvo que rehacer el terraplén hacia el río, lo que una vez más demuestra lo provisorio de lo que había.

Es evidente que esta situación continuaba porque el Cabildo en 1616 nombró al primer constructor estable, Bathio de Filicaia, para el mantenimiento del Fuerte y la casa del gobernador, en lugar de estar rehaciendolos una y otra vez. Pero las cosas no cambiaban demasiado ya que después el gobernador Céspedes describiría el sitio en 1626 como “tapias de tierra muerta, la mayor parte caídas”.

El primer cambio importante fue la llegada de un militar entrenado, el marqués Pedro Esteban Dávila, o De Ávila, en 1631,. De inmediato encargó la construcción de una estructura cuadrada de unos 40 metros de lado con cuatro baluartes y un foso. Para eso organizó 500 hombres y logró traer de las Misiones a 150 guaraníes, lo que para la ciudad era una cantidad de gente imposible de imaginar; menos aun darles de comer y de dormir. Parecería que la obra no se completó, pero el cambio fue notable en una generación.

En el año 1663 hubo novedades: fue la llegada del nuevo gobernador, José Martínez de Salazar quien le daría la forma definitiva a toda la estructura, incluyendo el cambio de nombre a Castillo de San Miguel.

Con esa idea inició la obra de un nuevo edificio, de 130 por 170 metros, mantuvo la falsa escuadra, es decir la orientación de unos 12 grados al norte, hizo dos hornos de cal, fabricó ladrillos y tejas, estableció talleres de herrería y carpintería, excavó el foso, colocó troneras y garitas en cada esquina y la parte superior fue hecha de cal y piedra, o al menos de algunos sectores. Fue la base del fuerte que vimos en los grabados de la época de la independencia y de las invasiones inglesas.

Obviamente no pudo terminar de hacer toda esa construcción, pero su continuador siguió el mismo proyecto tratando de recubrirlo de piedra. Siempre la falta de ese material era un problema en Buenos Aires.

Pasarían varios años y en 1701 llegó Joseph Bermúdez de Castro quien sería el más conocido para la historia del Fuerte, por la gran difusión que tuvieron sus planos, pese a que poco concretó de ellos. Si bien hizo los planos de lo que debería hacerse en el fuerte, en 1708 y 1713 parecería que sólo concretó una nueva Capilla Mayor que medio siglo más tarde aún, la estaba construyendo Carlos Cabrer.

Cuatro años después, en 1717, llegó Bruno Mauricio de Zabala, aceptó el proyecto de Bermúdez y  encargó hacer las obras junto a Domingo Petrarca. Actuaron sobre el Palacio dándole la forma que conocemos por los planos.

Otro cambio que duró hasta el final lo introdujo en 1751 Diego Cardoso y del Espino, quien hizo lo que llamaba el “Palacio Nuevo”. Para ese momento ya había cien personas trabajando en los talleres de maestranza.

En 1776 se creó el Virreinato del Rio de la Plata y por lo tanto el palacio pasó a ser sede de un virrey, lo que implicaba una categoría mayor que la de un gobernador.

En 1785 Juan de Aguirre decía del edificio que en su interior aún, no correspondía, “a la idea de un Palacio”. Pese a eso Francisco García Carrasco lo haría todo, de dos pisos para que las habitaciones del virrey estuvieran arriba y,  abajo las oficinas, y, la novedad absoluta en la ciudad: sería el primer edificio de azotea. Quizás ahí el Palacio fue lo más parecido a lo que debería ser.

Con la independencia y tras un corto papel en las invasiones inglesas fue cayendo en desuso, luego la aduana dejó de funcionar allí al hacerse en 1856-57 la llamada aduana de Edward Taylor, en la parte del fuerte que daba hacia el río.

Para que el gobierno nacional pudiera funcionar allí se demolieron los baluartes y murallas a mediados de la década de 1850 y se le encargó un proyecto de remodelación a Prilidiano Pueyrredón, quien completó el piso superior en todo el edificio homogenizando estilos.

La construcción de la nueva Casa de Correos que se inició en 1873 y luego el edificio simétrico a aquel hecho en 1881 dejarían oculto por completo al Palacio desde la plaza. Sería el inicio de la nueva época de planear construcciones, encimadas a las antiguas que eran simplemente derruidas, proceso que culminaría con las obras de Francesco Tamburini para unir ambos edificios en la nueva Casa de Gobierno.

Síntesis del libro: “Arqueología de rescate en Casa Rosada”

Del Palacio de los Virreyes a la Casa de Gobierno Nacional (1594-1884)

Daniel Schávelzon- Francisco Girelli- Maximiliano Martinez Alvarez

Horacio Molino

Administrador

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