El vino en Argentina-Yayo Hourmilougue

En 1810 no se tomaba el vino que hoy conocemos.

Si te imaginaste un 25 de mayo con empanadas y vino, no fue así.

Una de las leyes de la corona española del siglo XVI, prohibía el cultivo de la vid en sus colonias americanas, por lo tanto el vino debía ser importado desde España. Con esta premisa, los funcionarios y los altos estratos sociales, se aseguraban la provisión de los vinos finos de la denominación española de La Rioja, de alta calidad. El resto de la población, no tenía acceso y consumía productos más económicos provenientes de Benicarló (una localidad costera de la provincia de Castellón de la Plana, en la región de Valencia, al Este de España). Allí se elaboraba un vino al que se le agregaba durante su vinificación mosto concentrado cocido, al mejor estilo romano, para preservarlo durante más tiempo. La uva principal con la que se hacía este vino era la Garnacha, junto con la Garnacha Tintorera. Uvas de alto rendimiento, con una carga importante de color y taninos.

Estas cepas, junto con el modo particular de vinificación adoptado, daban como resultado un producto “pesado”, de gran cuerpo, de unos 15 a 16 grados de alcohol, sabroso, de color intenso azulado oscuro, con una potencia aromática fuerte y persistente. Y justamente por las cualidades se hacía un poco difícil beberlo puro.

Entonces comenzó la costumbre argentina de rebajarlo o mezclarlo con agua. Era la única forma de poder beber los vinos provenientes de Benicarló, que para resumir su nombre los pobladores de aquel entonces los llamaban Carló, lo que finalmente terminó deviniendo en el término Carlón. Hasta principios de 1900, fue un producto extremadamente popular.

Su punto máximo de comercialización fue en 1890 y teniendo como principal destino, el puerto de Buenos Aires.

Poco a poco perdió terreno ante los exponentes que se realizaban en las provincias de Cuyo (San Juan y Mendoza). Lentamente, los vinos locales, comenzaban a expandirse, los bodegueros hacían cada vez más cantidades y de mejor calidad, dejando de lado el agregado de mosto cocido, clásico del Carlón.

Al crecimiento de las nuevas bodegas se le sumaron las plagas europeas de la filoxera y el mildiu en los viñedos, a tal punto que para 1930 ya no quedaba nada.

Crédito:

María Vázquez Falcó

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